La muerte como umbral
La muerte es un
umbral, el último umbral. Es el único umbral del que no existe un retorno más
allá de lo que podamos fantasear a través de la religión y los rituales
espiritistas. Desde luego no es el único. Al nacer, cruzamos el umbral hacia la
vida mientras que al pasar la pubertad dejamos de ser niños. Los umbrales nos
definen, pero la muerte es un umbral del que no se sabe nada más allá de su
inevitabilidad. Pese a esta condición de incertidumbre total, este umbral, la
muerte, ejerce gran influencia en todas nuestras decisiones.
Algunos viven al
extremo porque desean vivir con intensidad y experimentar todo lo que este
mundo trae por si no exista nada después. Otros buscan una espiritualidad
que les permita evolucionar hacia una vida que está más allá de este mundo por
lo que consideran que la muerte solamente es un paso. Existen quienes buscan una muerte digna por lo que trabajan y se preparan toda su vida para tener una
vejez llena de viajes, cafés y amigos. Finalmente, hay aquellos que navegan en
un mar de muerte todo el tiempo al encontrarse en contextos de delincuencia,
drogas, pobreza o desastres naturales, por lo que la muerte no es ajena a su
diario vivir; la muerte se convierte en una amiga que puede llegar en cualquier
instante pues cohabita con la injusticia social y la miseria del sistema de
consumo capitalista.
¿Existe algo común en
todas estas formas de percibir la muerte además de su condición de inevitable? Ser
un umbral permite que la muerte se convierta en un cofre de memorias que les sirve
a los que se quedan. Los que se quedan mantienen la memoria de alguien que cruzó
el umbral. Esta memoria podría ser una idea para transformar al mundo, un linaje familiar
o una estadística más.
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